Según los estrategas bélicos, la mejor forma de unir a un país es buscarle un enemigo común exterior: Hitler recurrió a un antisemitismo encarnizado para unir al pueblo alemán; Primo de Rivera utilizó la continua guerra en Marruecos para justificar su golpe de estado; Franco halló en el comunismo un enemigo exterior que cohesionó a una debilitada sociedad española de postguerra… Todos ellos militares y tácticos, pensando más en la unión de una sociedad por miedo que por admiración. Por eso sus regímenes se hundieron. Basaron la aceptación de una nueva forma de gobierno en el miedo, no en el respeto. Construyeron los cimientos de una sociedad refundada con represión, en vez de con magnanimidad. No supieron ver la diferencia entre la unión por odio y la cohesión que genera el altruismo.
En estos días, una nueva pero sutil muestra de esta lección está presente: con la crisis económica nuestro país ha quedado tocado. La división en busca de culpables parece enfurecida, echándose la culpa entre sí todos los políticos, sindicatos, bancos e instituciones nacionales. El gobierno anterior intentó lo que ya intentaron otros antes que él, buscar un enemigo común exterior para unir al pueblo: la crisis económica viene de Estados Unidos, nosotros simplemente padecemos los errores de otros. Una vez más esto no triunfó, y la división y el descontento terminaron en una marea azul que cambió de color el país a todos los niveles. Nuevo gobierno misma solución: la justificación de toda clase de medidas muy poco populares es la herencia recibida de los anteriores, de nuevo un enemigo para intentar unir. ¿Es que no aprenden?
Y de pronto ahora, a finales de junio, el país parece más unido que nunca. No por un ataque de Merkel contra nuestra soberanía, por unas amenazas talibanes o por unas injustificadas presiones de Marruecos. No porque los ingleses nos tomen el pelo con Gibraltar o porque los independentistas proponen nuevos referéndums. La estrategia del enemigo común exterior está desfasada, no funciona. Por el contrario, hemos encontrado algo mucho más potente: un aliado común interior, un representante valedor de toda clase de virtudes, una muestra de lo que es capaz de hacer este país en crisis. La causa de esta unión total no es otra que la selección española de fútbol.
Y como ella tantos otros deportistas que nos representan y demuestran que con esfuerzo todo es posible, que el afán de superación no tiene límites, que la historia se puede escribir en español en vez de en alemán. Nos enseñan el valor de jugar todos en equipo pese a sus diferencias (jugadores del Barça y del Madrid riendo y remando juntos con un mismo objetivo… ¡para que luego PP y PSOE no hablen el mismo idioma!), el valor del juego limpio (cuántos casos de corrupción se destapan al día entre nuestros gobernantes), la valía del respeto y la libertad de expresión… Y de pronto aparecemos todos unidos. Ante esta mezcolanza de valores y virtudes la gente llena los bares, ríe de nuevo. La crisis cobra un segundo plano por primera vez en mucho tiempo, y la tregua no la dan los mercados sino la cerveza del bar con tus amigos del alma. Las lágrimas de Alonso en Valencia, el coraje de Xabi Alonso o Sergio Ramos, la templanza de Del Bosque tomando decisiones, el orgullo de Nadal al llevar la bandera de nuestro país en los Juegos Olímpicos. La marca España vuelve a estar en boga y por primera vez en meses los titulares internacionales se llenan de elogios en vez de reprimendas. “El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos”, le dijo una vez Ingrid Bergman a Humphrey Bogart. Hoy cuando me levanto y leo los periódicos esa frase me viene a la cabeza de nuevo… El mundo parece que se derrumba y nosotros nos enamoramos de estos deportistas que te hacen llorar, reír y soñar con su juego. Nadie dijo que sería fácil, pero rescribir la historia exige buen pulso y buena letra; el pulso lo hemos mantenido siempre y la buena letra es la que están demostrando ellos con su preciosa forma de enfrentarse al mundo. Gracias por todo.
¡Populista!